martes, 16 de diciembre de 2014

QUIEN TIENE UN PORQUE PARA VIVIR, PUEDE SOPORTAR CASI CUALQUIER COMO


Esta frase de Nietzsche la he citado por mucho tiempo para referirme a mi querido Mauricio, mi porque para vivir que me ha hecho soportar casi cualquier como, y recientemente volví a leerla en un libro que me presto una amiga muy cercana, escrito por el eminente psiquiatra y neurólogo judío-austríaco Viktor Frankl (1905-1997), sobreviviente a varios campos de concentración nazis y fundador de la Logoterapia, en su libro "El hombre en busca de sentido" (1946), el cual me recordó profundamente como la motivación guía todas las acciones psicoterapéuticas y psicohigiénicas con respecto a situaciones extremas. En este caso en particular, a los prisioneros de los campos nazis siempre que se presentaba la oportunidad, era preciso inculcarles un porqué —una meta— de su vivir, a fin de endurecerles para soportar el terrible cómo de su existencia. Desgraciado de aquel que no viera ningún sentido en su vida, ninguna meta, ninguna intencionalidad y, por tanto, ninguna finalidad en vivirla, ése estaba perdido. Citando a Frankl: “Y yo me atrevería a decir que no hay nada en el mundo capaz de ayudarnos a sobrevivir, aun en las peores condiciones, como el hecho de saber que la vida tiene un sentido. Hay mucha sabiduría en Nietzsche cuando dice: «Quien tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo.» Yo veo en estas palabras un motor que es válido para cualquier psicoterapia. Los campos de concentración nazis fueron testigos (y ello fue confirmado más tarde por los psiquiatras norteamericanos tanto en Japón como en Corea) de que los más aptos para la supervivencia eran aquellos que sabían que les esperaba una tarea por realizar.


He vivido tanto y tan de prisa que a veces me siento tan cansada que solo quiero retirarme a una montaña a meditar. Tengo la satisfacción de haber disfrutado de todos los momentos de mi vida sin prestar demasiada atención a un objetivo determinado y buscando el máximo placer a cada instante, tanto que a muchos les molesta que yo sea simplemente así (vale huevista, cerradora de capítulos con finales mortales, dramática, echadora al olvido, capaz de volver transparente al que quiera), pero aunque algún día lo pensé hoy me retracto, NO ME ARREPIENTO DE NADA (y eso incluye a las excelentes personas que siguen acompañándome y también a la partida de hp que han pasado por mi vida – aquí se incluyen malos amigos, desamores, malagradecidos, aprovechados, rateros, etc, etc, etc…).

Cuando estaba en la universidad y quede embarazada me fije un objetivo. No era sacar adelante a Mauricio, era no volver atrás derrotada porque no quería tener la lata de mi papa diciendo: “estas jodida”. Tenía claro que al fijarme ese objetivo y conseguirlo era lo que supuestamente me traería la felicidad absoluta y una liberación y comprensión de que todo el esfuerzo que realizara para conseguirlo habría merecido la pena y se habría visto recompensado con creces. Con el paso del tiempo esa fijación se me convirtió en obsesión, supeditando mi felicidad a la consecución de ese objetivo, sin importarme lo que viví en el proceso. Dicho sea de paso, esta postura tiene la gran ventaja de conseguir que uno se ilusione por seguir trabajando y mirando hacia adelante sin detenerse. Marcarse una meta ayuda a que se desarrollen emociones como la ambición, la superación y sin ir más lejos, el espíritu de trabajo duro y sacrificado por un ideal. Hasta aquí todo es maravilloso porque podemos observar que al ponernos este objetivo se estimulan las ganas de trabajar y luchar, pero, ¿y si no se consigue el efecto deseado? ¿Y si, tras todo el sacrificio, no se obtiene la recompensa?

La fijación de una meta es aceptable, pero trae consecuencias. Y una persona dispuesta a supeditar toda su existencia a la consecución de algo, debe ser consciente de los inconvenientes. ¿Qué supone el fracaso? ¿Estamos preparados para afrontarlo tras tanto trabajo y esfuerzo? Fracasar puede traer de la mano la infelicidad. Observar con impotencia como el largo y duro camino recorrido no puede ser recompensado de esa forma idílica proyectada por nuestras mentes al inicio de la travesía. Honestamente, a estas alturas del partido y con todo lo vivido les digo, qué importa lograr el objetivo? Los seres humanos somos ambiciosos e inquietos y nunca nos detenemos. Y en un largo camino, lo digo por mi propia experiencia, lo importante no es el final. Lo importante para mí ha sido el proceso en el que he obtenido conocimientos para llegar al final habiéndome transformado en una persona más sabia y feliz. Hoy reconozco que el objetivo final que en principio me propuse apareció ante mí a medio camino varias veces, pero como estaba tan obsesionada en seguir y seguir sin detenerme a pensar, paso de largo ante mi absurda ignorancia. Hoy tengo la impresión de que esa sensación que tanto buscaba desde el principio pudo estar ahí desde siempre, ya que el que busca algo con todo su ser es porque ya lo ha sentido. Definitivamente disfrutar del camino es la única forma de recibir en plenitud el regalo que supone obtener lo que deseamos.

Después de tanto trabajo, tanto estudio, tanto esfuerzo y tanto sacrificio hoy no tengo nada por lo que tanto luche. Esa parte material por la que nos esforzamos tanto para demostrar que somos valiosos ante la sociedad, eso por lo que te juzgan y te permiten entrar a los círculos más selectos de nuestras mal llamadas altas sociedades. Me equivoque tantas veces por confiada, por obstinada y por haberle apostado más al trabajo que a la familia. Al final y como siempre lo único que tengo es lo más valioso, mi motivación principal que me hizo comenzar el camino, mi Mau. Hoy acepto mi fracaso y cambio mi rumbo con alegría y con el valor de tomar decisiones solo por mí, para mí y sin pensar en que dirán los demás, al final mis días están contados y solo yo sé lo que me hace en verdad feliz. Nunca más me permitiré vivir la vida de otros. Y tú? 

Feliz semana.


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